Hace muchos, muchos años, había una mamá que pasaba su tarde entregada a sus hijos. Desde que los recogía del cole empezaba la diversión: una tarde de juegos, manualidades, cuentos… cada día era una aventura, pero una aventura mil veces interrumpida porque la mamá llevaba su móvil en el bolsillo y cada poco debía interrumpir su juego para atender otros asuntos «más importantes».
En esos momentos la mamá se sentía fatal porque se daba cuenta de que prestar tanta atención a esas constantes interrupciones hacía que sus hijos se sintieran, de alguna forma, un segundo plato.
Así,