Porteo con niños mayores… ¿es posible?

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Ya os conté cómo fueron mis primeros pasos en esto del porteo. Pero cometí el error de dar por cerrado un capítulo demasiado pronto con mis dos peques. Creí que cuando el peque pesara un poco «demasiado», el porteo habría acabado… Pero me equivoqué. 

Soy menudita así que lo de llevar encima a un bebé de más de 10 kilos pesando yo poco más de 40 kilos me parecía una insensatez. Reduje los beneficios a los primeros meses de vida:

  • que el bebé duerma más tranquilo; doy fe de que así es
  • el porteo como efectivo sistema anticólicos; bendito porteo, especialmente mientras subes o bajas escaleras para facilitar la salida de gases
  • para dormirle más fácilmente
  • para darlo de mamar discretamente cuando estás fuera de casa; no tengo nada en contra de dar de mamar en público, pero personalmente, en según qué contextos, me da cierto corte, la verdad…
  • por no hablar del mayor de los beneficios: la ternura inmensa e indescriptible que despierta tener a tu bebé pegadito a tu pecho y ver su carita cuando lo sientes casi tan cerca como cuando estaba en tu vientre. Es algo alucinante. Al menos para mi lo era.

Captura de pantalla 2016-10-04 a la(s) 00.39.51Superados los primeros meses, decía, y cuando el niño ya superaba los 10 kilos, gradualmente abandonamos el porteo. Mi pobre Caboo no daba más de sí. No imaginaba que volvería a buscar información pocos meses más tarde.

Como os comentaba en otro post, este verano mi hijo menor tuvo artritis séptica (la versión bacteriana de la más conocida sinovitis de cadera) y en los últimos días de hospital no dejaron de insistirnos en que la única forma de asegurarnos una mejor recuperación, era mantener al niño en reposo el mayor tiempo posible.

Imaginad la situación: el niño había echado a andar cuatro días antes de la primera operación por la artritis séptica así que una vez superados los dolores, no podía parar: solo quería gatear, caminar… mantenerlo quieto era imposible y teníamos por delante nada menos que 6 semanas de reposo.

Solo se me ocurría llevarlo en brazos para evitar que echara a andar de nuevo así que, esta vez sí, contacté personalmente con Kangarunga y pedí asesoramiento personalizado. No podía permitirme el lujo de equivocarme en la elección porque de ello dependía el reposo y, por tanto, la recuperación del peque. Les di datos de mi complexión física y de la del niño, para qué lo usaría, por cuanto tiempo, etc. No contentos con asesorarme por email, al día siguiente de recibir mi consulta me llamaron por teléfono para saber más y comentarme las opciones que tenía. Después de contarles, me dieron la mejor recomendación: una mochila «para niños grandes»: la Tula Toddler, la única que se me ajustaría bien a la cintura. Ya no hablábamos de portear a recién nacidos sino a niños «mayores». De hecho podría llevar a la mayor en esta misma mochila. Otro punto positivo de Kangarunga: la mochila me llegó en menos de 48 horas. Fue un servicio increíble.

Además de súper practica y de una calidad excelente en sus tejidos y acabados, las mochilas Tula me conquistaron desde el primer momento por sus estampados y combinaciones de colores que son una preciosidad. Y cuando la probé… parecía que el niño pesaba 6 kilos menos. Es increíble cómo cambia el porteo cuando se hace con la herramienta adecuada.

Yo estaba feliz con la mochila, aunque al niño le costó más. Sabía que sacar la mochila era evitar que pudiera moverse en las horas siguientes (sí, lo porteábamos durante horas) así que, por muy bonito que a priori sea el porteo, los niños también pueden rechazarlo… y eso es lo que nos pasó en las primeras semanas. Sé que él estaba cómodo, al menos a nivel físico, porque la postura era perfecta, así me lo confirmaron también los médicos, pero no le gustaba estar «atado». Estaba harto de estar sentado en la torna o en brazos y se revelaba con todas sus fuerzas. Era ver la pobre Tula Toddler y echarse a llorar.

En aquellas primeras semanas, para los adultos la mochila fue una gran aliada pero para el niño fue algo parecido a un instrumento de tortura. Pero ahora, por suerte, las cosas han cambiado. Ahora que él puede caminar tranquilamente y moverse cuanto quiere, ver la mochila le hace sonreír y pedir abrazos. Y el porteo a la espalda, ¡le vuelve loco!

Estamos viviendo una nueva fase que acabamos de comenzar a disfrutar… ¡Seguiremos informando!

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