La muerte de una abuela

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A veces me sigue sorprendiendo detectar que mi tono, mi entonación y por supuesto las palabras de cariño que uso con mis niñas son las mismas que usaba mi mamá conmigo cuando yo era pequeña. Cuando los hijos nos convertimos en padres cómo se evidencia esa frase tan tópica, pero a la vez tan cierta, de que somos hechura de nuestros padres. Todos hemos sido moldeados  a través de las caricias, las palabras y la concepción  del mundo de nuestros padres, en especial de nuestras madres. La mía ya no está, pero su impronta se nota no sólo en mis palabras sino en mis actos, en mi manera de ver y afrontar la crianza.

Hace un año que ella murió y ha sido lo más terrible que me ha pasado en la vida. Para mí fue una hecatombe. Mi corazón se hizo añicos y ese dolor arrasó toda mi vida. El tiempo se detuvo y sólo había silencio y dolor.

Todavía se me hace un nudo en la garganta el hablar de su muerte y duele muchísimo su ausencia, pero me pregunto cómo lo procesan mis niñas, en especial Julia de cuatro años, porque Oli con dos años es muy pequeña para darse cuenta.

Mamá

¿Cómo explicar este dolor tan grande a un niño? Cuando ocurrió yo sentí un dolor tan hondo, hasta incluso físico, como si me hubieran abierto un tajo en el estómago. Me fui a otra habitación y lloré tratando de restañar esa herida que acababa de hacerse. Pasados unos minutos Julia fue hasta mí, y al verme tan abatida me preguntó qué había pasado. No lo pensé mucho y le dije sencillamente que mi mamá había muerto. Me preguntó si ya no iba a venir más, si ya no la iba a ver más. Traté de calmarme, y aún con lágrimas en los ojos, le respondí que no, pero que siempre estaría con nosotros, en un intento de consolarla y consolarme.

Este episodio se ha repetido una y otra vez durante estos meses. Cada vez que yo lloraba recordando a mi madre, mi Ju, con ese corazón tan inmenso, ha venido a abrazarme y besarme. Me ha reconfortado mucho compartir con ella este dolor tan grande. No he querido mentirle y he seguido mi instinto para explicarle con palabras sencillas lo ocurrido y mi duelo: Julia sabía ya que la abuelita estaba enferma. Le he explicado que ese día su cuerpo dejó de funcionar y murió, y que yo me encontraba muy triste.

Carmen Marco, psicóloga de aprenderT, nos explica que el mejor momento para explicar a los pequeños esta situación es cuando cada uno se sienta preparado, y hacerlo, nos dice, adaptando nuestro lenguaje de acuerdo a la edad de los pequeños. Señala que “al tratarse de una conversación cargada de sentimiento es normal que podamos llorar o expresar nuestro dolor y pena por la pérdida. Todo esto resulta positivo para ellos, porque los puede ayudar a procesar una situación tan triste poco a poco”. En su opinión decirles que se han ido de viaje o que siguen malitos y no les podemos ver, por citar dos ejemplos, puede generarles a la larga mucha incertidumbre y ansiedad. Y estoy de acuerdo. Para mí, en medio de mi absoluto padecimiento,  no ha sido fácil hablar con Ju de la muerte de mi madre, pero ha sido liberador y me ha ayudado a asimilar que ya no volveré, ni volveremos, a disfrutar de su compañía.

imagenes iphone 2014 893Si algo podría añadirse a este dolor tan grande que uno atraviesa me da pena todo lo que se perderán la una de la otra. Suelo consolarme pensando que en estos años Julia la ha sentido cerca. Han escrito juntas tantas historias pródigas de amor y ternura: Han sido doctora y paciente, peluquera y clienta, han bailado y reído juntas,  y más, muchas más. Recuerdos que espero Julia guarde como tesoros en su memoria. Y cuando el olvido amenace borrarlos allí estarán tantas fotos y videos que retratan su vida juntas, además de mi testimonio.

Creo que Julia ha sentido su amor y cariño infinito, y que, según lo que dicen, los primeros años de los seres humanos son fundamentales en la vida. Mi pequeñina Olivia, sin embargo, sólo ha podido disfrutarla por muy escaso tiempo, pero confío en que aunque  corto ese tiempo haya sido además de precioso, poderoso.  Además a través de mí, sin duda, la conocerán y la sentirán un poco más.

Ahora han pasado los meses y Julia le hace dibujos y me dice que se los lleve al cementerio para ponérselo allí en su tumba. La dibuja con un vestido en rojo, y es que a mi madre le gustaba mucho el color rojo. Y yo me emociono en cada ocasión porque creo que ella intenta restablecer el vínculo con su abuela. La echa de menos definitivamente.

Hace muy poco me dijo que le gustaría que la abuelita la lleve al parque. Le explico que la abuelita ya no puede y ella se queda resignada, intentando descifrar el misterio de la muerte de su abuela. En todo este tiempo creo que Julia ha venido a cobijarse en mí por la ausencia de su abuela, pero para mí ella y su hermana han sido mi refugio durante esta época tormentosa. Ambas me han arropado, sin saberlo.

Ante esta situación de añorar a la abuela, Carmen Marco nos dice que lo mejor que podemos hacer es empatizar con ellos, entender lo que les ocurre y decirles que a nosotros también nos pasa lo mismo, que también echamos en falta a la abuela. “No aliviará de manera automática su sufrimiento, al igual que tampoco nos pasa a los adultos, pero sí mitigará el dolor y le producirá seguridad saber que lo que está sintiendo también le pasa a los demás”, puntualiza.

Pienso en mi madre. Con su ejemplo me ha dejado lecciones imborrables de generosidad, de gratitud, de valentía y coraje, que me han guiado siempre, pero creo que uno de sus legados más importantes ha sido darme la fortaleza para afrontar esta situación tan dura. Aún duele mucho, pero quiero imaginar que, aunque siempre notaré su ausencia, esta congoja irá bajando en intensidad. Espero que así sea. En lo que tengo absoluta certeza, en cambio, es que su amor por mí ha sido tan grande que, desde el lugar en el que está, me sigue irradiando e iluminando. A mí y a mis niñas. Como antes, como siempre.

Redacción de Sheilla Díaz Frisancho
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